sábado, 29 de agosto de 2009


San Benito Abad

Nació hacia fines del siglo V en una pequeña ciudad de Umbría (Italia), llamada Nursia, Escolática era su hermana gemela la cual también alcanzo la santidad. Llegado a la juventud, fue enviado a Roma para realizar los estudios clásicos, como competía a un joven de buena familia. Pero la orgullosa capital del Imperio disgustó tanto al muchacho con su disolución moral, que éste pronto escogió la soledad, dedicándose en una cueva de las montañas a la búsqueda de Dios; dejaba así atrás la posibilidad de una brillante carrera en el mundo. Cierta tradición representa a san Benito con el aspecto adusto, casi sobrecogedor de un nuevo Moisés; el abad sería un legislador todopoderoso, una especie de reyezuelo implacablemente exigente en lo que se refiere a la vida virtuosa. Junto a esta deformación, emergió siempre y se impone hoy la figura, severa quizás, pero eminentemente paterna y realista del redactor de la Regla de los monjes. Su primer propósito consiste en despertar, en quienes quieran seguirlo, “el oído del corazón”, esas secretas facultades interiores que hacen al hombre capaz de recibir con fruto la palabra de Cristo. Sólo pide una condición al postulante: que busque a Dios. Dispone todo para que los monjes desarrollen una vida comunitaria armoniosa, sana, pura, gozosa, en la que los elementos básicos, oración litúrgica, oración personal y trabajo, se equilibran y sostienen mutuamente. Su vida no pasaba inadvertida en Vicovaro, en Tivoli y en Subiaco, sobre la cumbre de un farallón que domina Anio, residía por aquel tiempo una comunidad de monjes, cuyo abad había muerto y por lo tanto decidieron pedir a San Benito que tomara su lugar. Al principio rehusó, asegurando a la delegación que había venido a visitarle que sus modos de vida no coincidían --quizá él había oído hablar de ellos--. Sin embargo, los monjes le importunaron tanto, que acabó por ceder y regresó con ellos para hacerse cargo del gobierno. Pronto se puso en evidencia que sus estrictas nociones de disciplina monástica no se ajustaban a ellos, porque quería que todos vivieran en celdas horadadas en las rocas y, a fin de deshacerse de él, llegaron hasta poner veneno en su vino. Cuando hizo el signo de la cruz sobre el vaso, como era su costumbre, éste se rompió en pedazos como si una piedra hubiera caído sobre él. "Dios os perdone, hermanos", dijo el abad con tristeza. "¿Por qué habéis maquinado esta perversa acción contra mí? ¿No os dije que mis costumbres no estaban de acuerdo con las vuestras? Id y encontrad un abad a vuestro gusto, porque después de esto yo no puedo quedarme por más tiempo entre vosotros". El mismo día retornó a Subiaco, no para llevar por más tiempo una vida de retiro, sino con el propósito de empezar la gran obra para la que Dios lo había preparado durante estos años de vida oculta.
He aquí algunos de los muchos milagros relatados por San Gregorio, en su biografía de San Benito
El muchacho que no sabía nadar. El joven Plácido cayó en un profundo lago y se estaba ahogando. San Benito mandó a su discípulo preferido Mauro: "Láncese al agua y sálvelo". Mauro se lanzó enseguida y logró sacarlo sano y salvo hasta la orilla. Y al salir del profundo lago se acordó de que había logrado atravesar esas aguas sin saber nadar. La obediencia al santo le había permitido hacer aquel salvamento milagroso.
El edificio que se cae. Estando construyendo el monasterio, se vino abajo una enorme pared y sepultó a uno de los discípulos de San Benito. Este se puso a rezar y mandó a los otros monjes que removieran los escombros, y debajo de todo apareció el monje sepultado, sano y sin heridas, como si hubiera simplemente despertado de un sueño.
La piedra que no se movía. Estaban sus religiosos constructores tratando de quitar una inmensa piedra, pero esta no se dejaba ni siquiera mover un centímetro. Entonces el santo le envió una bendición, y enseguida la pudieron remover de allí como si no pesara nada. Por eso desde hace siglos cuando la gente tiene algún grave problema en su casa que no logra alejar, consigue una medalla de San Benito y le reza con fe, y obtiene prodigios. Es que este varó de Dios tiene mucho influjo ante Nuestro Señor.
Muertes anunciadas. Un día exclamó: "Se murió mi amigo el obispo de Cápua, porque vi que subía al cielo un bello globo luminoso". Al día siguiente vinieron a traer la noticia de la muerte del obispo. Otro día vió que salía volando hacia el cielo una blanquísima paloma y exclamó: Seguramente se murió mi hermana Escolástica". Los monjes fueron a averiguar, y sí, en efecto acababa de morir tan santa mujer. El, que había anunciado la muerte de otros, supo también que se aproximaba su propia muerte y mandó a unos religiosos a excavar……..
San Benito murió a mediados del siglo VI, sostenido por sus monjes en medio del oratorio, de pie frente al Señor a quien había servido y enseñado fiel y perseverantemente. Es uno de los patronos de Europa.

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